Inofensivo, pequeño
y desgarbado, de rostro contrahecho, gustaba usar trajes estrambóticos, a
cuadros, sacos de anchas solapas y subidos colores, en ocasiones acompañados de
dilatadas corbatas tornasoles de inmensos nudos; su oficio tenía que ver con el
transporte de grandes portacomidas, hasta las casas de las familias que solían
evitar la fabricación del condumio diario, también era solícito para cumplir
con los mandados que se le encomendaran. Terminada su labor diaria, Marquito,
tomaba asiento como un auténtico pachá, en alguna cantina, dispuesto a beber
cerveza plácidamente, hasta agotar los pocos
pesos ganados durante la jornada y, cuando el licor hacía su efecto en esa
humanidad desmirriada, entonces aparecía el orador dislocado, excéntrico,
hilarante, iniciando su perorata con un axiomático “¡Viva el gran Partido
Liberal!, continuando con una disparatada retahíla que incluía algunos hechos
de actualidad, confundidos con un sancocho de palabras rebuscadas que ese Cicerón iletrado, no tenía ni la más
remota idea de su significado, terminando su discurso con un grito vehemente,
que resumía su propensión: ¡Política y más
Política!
Una de las
anécdotas que Marquito contaba con inocencia, era la siguiente: en alguna
ocasión, él había sido violado por un personaje muy reconocido en Salamina por
su inclinación homosexual, por lo que
días después del atropello, nuestro personaje comenzó a sentir cierta
indisposición, debiendo recurrir a uno
de los más prestigiosos médicos de la ciudad en busca de apoyo; el médico que
entendió de inmediato la preocupación de Marquito, aprovechándose de su
ingenuidad, le dijo en tono muy serio: lo que sucede curita, es que usted está
embarazado!
El Cura,
sobresaltado con la noticia, y luego de preguntarle al galeno, sobre la
posibilidad de abortar, le insistía: “por lo que más quiera doctor, practíqueme
un aborto, que yo familia no le voy a tener a ese sinvergüenza, se lo ruego,
practíqueme un aborto!”.
El gacetas médico,
ante tanta insistencia, le recetó maliciosamente una droga: “especial para esos
casos”, garantizándole que con una toma sería suficiente, el curita recibió la pócima,
se dirigió a su humilde aposento, ingirió la tableta y al poco rato, una
incontenible diarrea que le duró varias horas, le hizo creer al desequilibrado
personaje, que en efecto había quedado interrumpido el embarazo, dándole
gracias a la Divina Providencia y al médico que lo había atendido, habiéndose
confesado de inmediato y cumplido la penitencia, por haber interrumpido una
vida . En realidad, la formula dada por el médico, consistió en un poderoso
laxante.
El curita
desapareció sin dejar rastro, e inexplicablemente durante la época de la más
cruda violencia, hacia el año 2.002. Nunca se volvió a saber de él.
EL LOCO JAIME.
De prestante
familia salamineña, Jaime fue un personaje singular. De vasta ilustración
y agradable parla, tanto en sus momentos
de lucidez, como en aquellos cuando su cerebro se obnubilaba; tenía una
particular habilidad para el dibujo e hizo algunas traducciones afortunadas del francés. Dueño de
una cojera congénita, pues tenía una pierna más larga que la otra, vistió
decentemente, se paseó por el mundo como
un Quijote en permanente busca de su Dulcinea, campeón del piropo y la
galantería, pasaba tardes enteras frente a la piscina del Hotel Sanguitama,
observando a las bañistas, o en las cafeterías frecuentadas por las féminas,
soñando con amores imposibles, con dulces quimeras y aplazados romances.
Pernoctó por largo tiempo en las principales clínicas siquiátricas del país.
Ingenioso y veloz
de pensamiento, cantera de anécdotas y
de cuentos imaginarios, contaba con humorismo lo siguiente: en una ocasión en
que empezaba a perder el juicio, escucho sin proponérselo cuando una de sus
hermanas, le encargaba a Duvan uno de sus primos la misión de internar a Jaime, en un manicomio de Bogotá,
del que hacía pocos meses había salido casi completamente recuperado; “antes
que se enloquezca del todo”, para lo cual, simularían un viaje de descansó
hasta la capital.
Al día siguiente,
dispuestas las maletas, después de comunicarle la decisión tomada y de
entregarle una buena suma de dinero: “para que gaste”, iniciaron el recorrido,
primero hasta Manizales y de allí hasta la capital de la República, por vía
aérea, tiempo que empleó Jaime durante el viaje, para ingeniar la manera de
escapar.
Una vez en Bogotá y
luego de consumir un abundante y sabroso desayuno, se dirigieron a la clínica
siquiátrica, donde tomaron asiento en una de las salas de espera mientras eran
atendidos. En ese momento: “Idea”, Jaime que era muy conocido en el lugar, le
pide permiso a su primo con el fin de saludar a uno de los médicos que
amablemente lo había atendido en la ocasión anterior, internándose por uno de
los pasillos de la clínica hasta la oficina del director, que al verlo lo
saluda muy efusivamente, preguntándole el motivo de su visita, a lo que le
responde nuestro personaje: “Vea doctor, no faltan las tragedias y los
inconvenientes; como le perece, que hace poco fui yo el de los desequilibrios mentales,
y cuando regreso a Salamina, encuentro que mi primo Duvan, tenía el mismo
padecimiento. Como afortunadamente yo tengo experiencia en éstos viajes, en la
casa me encargaron que lo trajera a él, para que ustedes vean que le pueden
hacer. Pobrecito, me lo traje con el cuento de un paseo a Monserrate, trátenlo
con delicadeza que está muy trastornado”.
De inmediato, le
fue impuesta una camisa de fuerza a su primo Duvan, sin que las suplicas ni las
explicaciones del paisano fueran
suficientes para que lo liberarán. Le fue aplicado un fuerte tranquilizante, para
contener su furia, mientras Jaime salía muy orondo de la clínica, para deambular
alegremente por la capital durante dos días gastando sus viáticos y regresar a
Salamina donde confesó su ingeniosa historia, debiendo de inmediato emprender
viaje las hermanas de Jaime, para lograr que al pobre Duvan, le permitieran
salir del Manicomio.
Jaime murió de un
ataque al corazón. Paz en la tumba de éste destornillado genial.
SILVIA.
¡Pacora…Pacora!, le
gritaban los muchachos y entonces Silvia perdía el control, enfrentándose a
ellos con guijarros, palos o a mano limpia, escupiendo maldiciones e
improperios. Trajeada con largas faldas de llamativos colores, como los trajes
de las chapoleras, mantilla sobre los hombros, cabello adornado con una
gigantesca flor, o cubierto con una llamativa pañoleta; exageradamente
maquillada, sobresaliendo en su rostro el rojo púrpura de sus labios, sus
muñecas soportaban una pesada carga de brazaletes, pulseras y otros aditamentos
y, sus dedos estrambóticamente enjoyados, terminaban en unas uñas esmaltadas en
tonos repelentes, gustaba de usar zapatos de tacón alto, gastados, casi siempre
inclinados hacia afuera.
Delgada y pequeña,
se movía ágilmente, tratando de imitar poses señoriales y maneras muy finas,
que exageraba cuando recibía complacida los piropos que gentilmente le disparaban
algunos socarrones, a los que respondía con una sonrisa ingenua y agradecida.
Se ganó la vida arreglando pisos denodadamente, dineros que invertía en su
manutención y para alagar a su príncipe azul; algún jovenzuelo generalmente de
buena familia y garboso porte, del que nuestra delirante amazona se enamoraba
perdidamente y regalaba cosillas triviales en forma constante, aun en contra de la voluntad del encartado.
Silvia, sobresalía
en los desfiles y procesiones a las que asistía con rigurosa puntualidad, dando
muestras de inmensa devoción, trabajó
hasta el último día de su vida, que estuvo siempre cargada de ensoñaciones,
enamoramientos, pobreza, excentricidad y disparatadas ocurrencias. Ella fue la sobreviviente de un amable
ejército de dementes iluminadas que hizo feliz la historia de Salamina por
muchos años, entre ellas: Polonia, Chepa, Sara, Domitila, La Guayabona, María
Talegos, la Vecina, La Mona Misteriosa, las mellizas.
JABALI.
Tenía una fuerza
descomunal. De baja estatura, tuso como un cepillo, fornido y fuerte como un
roble; de piel apergaminada y pies descalzos, se desempeñó durante toda su vida
como cotero y se hizo famoso, por el increíble conocimiento que tenía sobre los
relojes de cuerda, automáticos y
semiautomáticos, cuando a éstos se les fijaba el precio según la marca y el
número de rubíes en que estaban montados. Compraba, vendía, cambalachaba y
siempre salía ganancioso. Lo conocimos trabajando en la bodega localizada en la carrera sexta
entre calles 5ª. Y 6ª. de don Zenón Valencia, uno de los más importantes
negocios de Salamina cuando la economía local era boyante.
Diariamente, se
cargaban y descargaban camiones repletos
de papa sanfeleña llegados desde la tierra fría, al tiempo que eran despachadas
las abundosas remesas que hacía llegar por encargo don Zenón, a los múltiples
cultivadores del tubérculo en los páramos salamineños.
Son muchas las
risibles anécdotas que nos legó el personaje de marras, que cumplió su ciclo
vital en un escenario en el que competían memorables personajes de la picaresca
local, pero haremos mención solamente de la siguiente: don Maras Duque, fue un
próspero comerciante, que tenía su negocio en el pabellón de grano de la
galería de Salamina, de buen humor y gacetas sin par, conociendo las cualidades
gastronómicas de Jabalí, lo invito un día para que consumiera miel de purga, de
un galón de cinco litros que le acababa de llegar, naturalmente acompañada de
queso, que según Jabalí “era el mejor Casao”.
Nuestro personaje,
ni cortó ni perezoso, acometió de
inmediato la descomunal tarea, haciendo desaparecer literalmente el dulce
elemento del profundo galón que lo contenía, ante la mirada incrédula de un
gran número de curiosos que atraídos por el voraz apetito de éste sorprendente
Heliogábalo, asistían maliciosos y sonrientes al espectáculo. Sorbo a sorbo,
sin inmutarse, se atragantaba de miel, hasta prácticamente dejar unas gotas en
el recipiente, a lo cual don Maras, le increpó diciéndole: “Jabalí, todavía quedan unas cuantas
cucharadas, si le provoca, le traigo otro queso para que termine”,
respondiéndole en el acto, nuestro taimado personaje: “muchas gracias don
Maras, pero la verdad es que yo soy poco miele rito” y se marchó
desparpajadamente, ante el asombro de todos.
GABRIEL TORO.
Quien llega de
visita a Salamina y tropieza con él en una calle cualquiera como
ineludiblemente sucederá, la primera
impresión del visitante es la de haber encontrado uno de los personajes más
importantes del pueblo. Menudo, delgado y vivaracho, un Quijote en miniatura, rostro
de sátiro nacionalizado, decentemente vestido y de estudiadas maneras, conoce a
todas las personas de Salamina y sabe acometer cualquier conversación que se le
proponga.
Sin oficio ninguno,
ha sorteado por larguísimos años la soledad y la penuria echando mano de
ingeniosas maneras para que su contertulio de turno, haga rodar algunas monedas
hasta sus enflaquecidas manos, que jamás ha desdorado con trampas o abusos. Ayudante en funerarias,
adquirió la costumbre de informar al oído a sus paisanos cotidianamente, sobre
la grave enfermedad o muerte de las personas conocidas; eficiente mandadero,
desde muy temprano, se dispone a hacer largas colas en los bancos, con el fin
de ofrecer sus oportunos servicios a personas urgidas de ser atendidas en esos
establecimientos; oportuno recadero, circula rápidamente por carreras y
extramuros, para cumplir con algún encargo; pero su especialidad radica en la
natural intuición para abordar a los forasteros que finalmente puedan quedar
deslumbrados por sus inverosímiles historias o eludirlo por su intensidad, así se
muestren caritativos.
Gerente de la
Telefónica, Concejal, Administrador de Clubes y Bares, dueño de inmensas
propiedades; Hace muchos años, Gabriel, conoció durante una de sus
hospitalizaciones, una agraciada señorita, que había sido remitida a ese centro
hospitalario, desde el municipio de Marulanda, para que le fuera practicada una
pequeña cirugía, nuestro personaje sin perder un solo instante, abordó a la
recién llegada paciente, con el argumento de que él era Juez.
Durante los días
que duró la hospitalización, las míticas
y fabulosas conversaciones se sucedieron y cuando fue dada de alta la
muchachona, Gabriel le prometió ir a visitarla, cosa que efectivamente ocurrió
poco tiempo después, habiendo sido presentado en su casa como Juez de Salamina.
A las visitas sobrevinieron las llamadas
y a éstas algunas cartas, redactadas por gacetas a los que recurría el
enamorado. Hasta que un día, le propuso matrimonio a la ingenua guapa, determinación ésta consultó con sus
padres, que vieron en el novio un buen partido para la dama.
Una vez fijada la
fecha para la boda, se iniciaron los preparativos que corrieron a cargo de los
suegros de nuestro protagonista, personas de buena solvencia económica, dueños de valiosas
propiedades dedicadas a la ganadería y al pastoreo de ovejas, mientras en
Salamina, el comprometido convencía a su alcahuete primo Raül, ese si gerente
de la Empresa de Teléfonos, para que hiciera alguna contribución para el
matrimonio. A regañadientes, por lo disparatado del asunto, Gabriel logró aprontar
para la boda oscuro vestido de paño Everfit, impecable camisa blanca, corbata
rojo fosforescente y lustrosos zapatos tres coronas y, con el auxilio de algunos mamagallistas,
emprendió el viaje hacia Marulanda, con algunos denarios en el bolsillo, donde
fue recibido con toda consideración y respeto, tanto por la parentela de la
novia como por una inmensa multitud de allegados y amigos, que veían con
admiración como la hija de don Abelardo,
contraía nupcias con un personaje tan importante.
El regalo de bodas
por parte de los progenitores de la novia, consistió en un viaje todo pago a
Pereira, del que regresaron tres días después, para continuar viviendo en la casa de los suegros,
que se esmeraban por atender de la mejor manera al señor Juez. Los días pasaban
y Gabriel no daba señas de reintegrarse su trabajo en Salamina, por lo cual,
don Abelardo muy diplomáticamente, le insinuaba a nuestro personaje sobre la
necesidad de que continuara su carrera en el poder judicial, a lo cual respondía
el recién casado con insólitas y creativas disculpas, hasta que pasado algo más de un mes, don Abelardo comenzó a sospechar que algo no
encajaba en esa historia, sucediéndose el siguiente dialogo:
Doctor Toro, dígame hasta cuando son sus vacaciones?
Don Abelardo, lo que pasa en que no ha habido que hacer,
le contestó el muy taimado.
Pero doctor, los jueces deben asistir a la oficina a
cumplir con los horarios y entiendo yo, que si eso no sucede pueden perder el
puesto.
A lo que objetó muy orondo y de inmediato el personaje
de marras: Vea don Abelardo, lo que pasa es que yo si soy Juez, pero de gallos.
Quedando al descubierto, el bien tramado enredo.
Ante lo cual y sin mediar palabra, el acuerpado don Abelardo
sin miramiento alguno y echo una fiera, retiró al personaje de la casa a fuerza
de planazos, que por supuesto, marcaron dolorosamente sus costillas. De ese insólito
matrimonio, quedó un hijo.
Muchas son las anécdotas que podemos contar de nuestro personaje,
algunas parecen reñir con la realidad.
Durante su juventud, Gabriel se sumó al equipo de
trabajo, que acompañaba al directorio de ANAPO, dirigido en aquellos años por don Clímaco Giraldo Cárdenas y Alberto
Gutiérrez Echeverri, ayudando en algunas labores, tales como la instalación de
afiches y pasacalles, entregar volantes y cargar los pesados equipos de
amplificación de época, razones por las cuales, integraba las comisiones
encargadas de visitar las veredas del municipio. La persona encargada de las
movilizaciones semanales, era un conocido conductor a quien apodaban “Chafaro”,
propietario de un campero Willys, que conservaba en excelentes condiciones
mecánicas.
En uno de los desplazamientos al corregimiento de San
Félix, y como es habitual en los
políticos, la hora de salida se retardó notoriamente, por lo cual durante el
viaje, después de recorrer más de la mitad del trayecto, Alberto comenzó a
insistirle a “Chafaro”, para que acelerara un poco a fin de no retardar tanto
la reunión programada, interviniendo
Gabriel, en los siguientes términos:
-Ni para que se afanan, les aseguro que nos vamos a
varar.
Dicho lo anterior y de inmediato, se produjo un
increíble pinchazo doble: una de las llantas delanteras fue perforada por una
inmensa astilla de madera, mientras otra de las ruedas traseras resultó
impactada por una inmensa puntilla, quedando cumplida la profecía de Gabriel.
Sostenía “Chafaro”, que nunca le había sucedido, ni le había escuchado a
alguien, que una astilla de madera perforara una llanta nueva.
A la semana siguiente, durante otro desplazamiento, y
ante la urgencia de llegar a una vereda
del norte del municipio, contamos con la mala suerte de recibir poco antes de
la llegada, el desprevenido anuncio de Gabriel, quien dijo que no demoraba una
nueva varada del vehículo, cosa que sucedió rápidamente. Situaciones
parecidas, ocurrieron en repetidas
ocasiones, hasta el extremo de que “Chafaro”, ponía como condición para los
desplazamientos, el que no viajara con él nuestro pronosticador personaje.
Premonitoriamente, Gabriel anunciaba el fundamento de
bombillos, el daño de chapas y otras cosas por el estilo.
Se cuenta que algún tiempo después, Gabriel conquistó con sus argucias una nueva e ingenua novia, pero la señora
madre de la muchacha conocedora del personaje, le prohibió terminantemente a su
hija que lo atendiera, presentándose algunos altercados por la insistencia del
enamorado en hacer esas visitas. Una noche, mientras le contaba a la muchacha
seguramente, sobre una importante posición que había asumido, o la compra de un
lote de ganado, fue sorprendido por la madre de la párvula, emprendiéndola ferozmente contra el
taimado pretendiente con una amenazante escoba y mientras escapaba velozmente, Gabriel le gritó en voz alta:
-
Muy poquito vas a durar, vieja
H.P. pa’ que me estés persiguiendo!
Ocho días después, familia y vecinos lloraban el deceso
de la matrona, que murió de un infarto fulminante.
Otra anécdota que vale la pena recordar, sucedió una
tarde, cuando al calor de algunos tragos, un grupo de amigos entre los que se encontraba su condescendiente
primo Raúl, resolvieron jugarle una pesada broma, para lo cual fingieron una
llamada telefónica desde Manizales, realizada por el entonces Representante a
la Cámara Luis Rivera Giraldo.
La imitación de
la voz del parlamentario fue perfecta y en la conversación, citaba a Gabriel a
las cinco de la tarde en el Café Tamanaco de la capital de Caldas, llamada que
fue realizada desde la oficina del Concejo Municipal. Tal y como estaba
previsto, de inmediato, Gabriel se dirigió
al Bar de la esquina próxima al edificio municipal, donde se encontraban
los tomadores de pelo, contándoles con todo detalle el diálogo sostenido y
pidiéndoles ayuda para viajar inmediatamente, pues ya era como la una de la
tarde.
Entre todos le aprontaron el valor del pasaje de ida,
retirándose Gabriel en el acto, dispuesto a emprender el viaje como
efectivamente hizo.
Las horas pasaron y los mamagallistas comenzaron a
inquietarse, muy preocupados y arrepentidos por la suerte que había podido
correr el personaje, que a esas horas debía deambular solo y sin amparo por las
calles de Manizales; pero Oh sorpresa, a
las 9 y 30 de la noche, hizo su aparición nuevamente en la puerta del
establecimiento muy sonriente, tomando asiento en una mesa vecina y ordenando una
cerveza bien fría y “lo mismo”, para los otros bohemios.
Gabriel, había llegado a la capital de Caldas y
casualmente encontró el personaje que supuestamente lo había citado y al éste
contarle la historia, el representante
no solamente le proporcionó el pasaje de regreso, sino que además le dio una
buena cantidad de dinero para compensarle la broma de la que él no tenía la menor idea.
Los días sábado sin falta, “elegantemente” vestido,
aspirando el humo de un fino cigarrillo, se pasea sin falta, hecho un don Juan,
frente a las cantinas de la galería, como todo un irresistible galán, a
flirtear a las hetairas que llegan desde
otras poblaciones y en ocasiones, se da el lujo de hacer sendas invitaciones a
las descrestadas muchachas, con las que consume una o dos cervezas, que saborea
con deleite e inusual elegancia. Algunas han caído rendidas a sus pies,
impresionadas con la importancia del magro personaje, a pesar de que desde hace
algún tiempo, estableció una relación con una candorosa y desequilibrada mujer
con la que forma pareja.
Gabriel sigue muy campante mamándole gallo a la vida y
sobreviviendo en Salamina.
CHICA.
De baja estatura, desgarbado como pocos, pantalón
cantinflesco, camisa floreada y unos enormes zapatos dos o tres tallas más
grandes que la suya, es la indumentaria de ese inofensivo hombrecillo, de
rostro desaliñado, despoblada barba a medio afeitar, cabello ralo y flechudo,
la expresión de su cara varía según sea necesario, tiene una devoción que no
abandona: jamás regresa a su humilde vivienda, sin antes haber conseguido la
cotidiana libra de arroz y de panela, cosa que en ocasiones solo logra entrada
la noche.
Trata de ganarse la vida, transportando viandas o
algunos fardos que correspondan a su desmirriada y débil figura y mientras el encargo no deba
ser entregado con alguna premura, pues él está desprovisto de afanes y sus pasos son demasiado lentos. Ofrece
algunas boletas para participar en rifas o basares, generalmente sucias y estropeadas, logrando su cometido muy pocas
veces.
Recibe a los
viajeros para indicarles hotel o residencias, cuando tal servicio es requerido,
por lo que recibe algunas monedas, dirigiéndose a las personas como: señorita o
don. . .présteme mil pesitos hasta mañana, siiiiiiiii, mientras ríe
maliciosamente.
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